Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En la Tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe reunido en Puebla en 1979, sobre el tema de la Evangelización en el presente y futuro de América Latina, recuerda la veneración de Maria de parte de este pueblo desde el primer anuncio del Evangelio: “El Evangelio fue anunciado a nuestro pueblo presentando a la Virgen Maria como su más neta realización. Desde los orígenes Maria ha constituido el gran signo, del rostro materno y misericordioso, de la cercanía al Padre y de Cristo con quien Ella nos invita a entrar en comunión. María ha sido también la voz que ha llevado a unir hombres y pueblos. Los santuarios marianos del continente Americano son signo del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana”.
“Es un hecho innegable que la devoción a María es la característica del cristianismo latinoamericano más popular, persistente y original. Ella está presente en los propios orígenes del cristianismo del Nuevo Mundo. Desde el principio, la presencia de María confirió dignidad a los esclavizados, esperanza a los explotados y motivación para todos los movimientos de liberación. Igualmente, dejando a un lado su interpretación, no se puede negar el hecho de la devoción a María” (Virgilio Elizondo)
Podemos afirmar, por consiguiente, que la devoción a Maria es un elemento cualificante del cristianismo latinoamericano; una expresión vital e historiadora que pertenece a su misma identidad. Como todas las realidades de la vida cristiana, la veneración latinoamericana respecto a Maria ha padecido una evolución impuesta por los cambios ocurridos a lo largo de la historia del continente. (P. Marcelo E Méndez OFM, Relación presentada en el 1 Forum Intencional de Mariología en el 2001)
Como muestra de la devoción y espíritu evangelizador que traían los conquistadores, la toma de posesión de muchos lugares en América, así como fundaciones y demarcaciones territoriales se hicieron siempre en nombre de Jesús y la Virgen, siendo bautizadas gran número de ciudades con el nombre de algún santo o diversas advocaciones de María, como es posible observar a lo largo de nuestro territorio. Igualmente, muchas iglesias y capillas fundadas hasta el siglo XIX llevan títulos marianos, unos traídos desde España (de Montserrat, del Pilar, del Rosario, etc.) y otros nacidos en América, con un fuerte carácter hispánico.
Los documentos del episcopado latinoamericano enumeran con amplitud los valores religiosos que, en cuanto expresión de la fe, manifiestan el sustrato católico constitutivo de la cultura latinoamericana, de la que proviene "una unidad espiritual que existe a pesar de la posterior división en naciones y las discordias de tipo económico, político y social". Entre los valores religiosos que impregnan la cultura latinoamericana está indudablemente la devoción a Maria que, en los diferentes países ha reunido las diversas capas sociales contribuyendo, en mayor o menor grado, a crear una conciencia nacional. Basta recordar los títulos de Chiquinquirá, en Colombia; Coromoto, en Venezuela; Copacabana, en Bolivia; Luján, en Argentina; Caacupé, en Paraguay; el Quinche, en Ecuador; Nuestra Sra. Aparecida, en Brasil.
La presencia de Maria como Madre, en la cultura y religiosidad de los pueblos latinoamericanos se expresa en las celebraciones patronales, que son ocasiones de fiesta, de romerías, y promesas por las gracias recibidas. Generalmente son celebraciones comunitarias que hacen olvidar las diferencias y las divisiones de la sociedad. En ellas se mezclan elementos religiosos y profanos en una síntesis humana que quiere reproducir el clima de una alegre celebración familiar de la Madre.
El Santo Padre, Juan Pablo II, con esa sensibilidad tan expresiva ante las manifestaciones de Dios en la historia de los pueblos, en el impresionante “encuentro de las generaciones” realizado en el estadio Azteca de la Ciudad de México, pudo exclamar: «¡América, tierra de Cristo y de María!», apuntando así a la identidad más profunda de estas naciones. En efecto, América es la tierra de Cristo y de María porque ha sabido acoger la Buena Nueva del Evangelio. Es la tierra de Cristo, porque sus hijos y sus pueblos han renacido a una nueva vida en las aguas del Bautismo. Y es la tierra de María, porque desde la evangelización fundante la Virgen ha sabido conducir a sus habitantes al encuentro de su Hijo, el Señor Jesús. Ella, que con su intercesión maternal ha sido la Estrella de la primera evangelización, debe ser también la luz fulgurante que guíe las tareas de la Nueva Evangelización. (Juan Pablo II. Discurso durante el encuentro con todas las generaciones del siglo en el estadio Azteca, Ciudad de México, 23/1/1995).
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